El enclave que eligieron los antepasados de los actuales habitantes de Coculina para asentarse y vivir permanentemente, tiene unas peculiares características que hacen que, con toda probabilidad, en épocas prehistóricas ya estuviera habitada alguna parte de su territorio municipal, como lo prueba el material arqueológico encontrado, perteneciente a la segunda Edad del Hierro, que muestra una gran actividad humana en torno al Castro del Perul.
En La Pinza se han encontrado, además, una serie de interesantes restos que corroboran esa actividad, como son el Túmulo Pedroso y la Ferrería Callejuelo.
El lugar ocupado por el término municipal de Coculina, ha sido históricamente un enclave privilegiado por varias razones. Es un lugar de fácil defensa, por la presencia del castro, y de vigilancia de la Cuenca del Rio Urbel.
Es un punto estratégico que mira a la Peña Amaya, pasando por Peña Ulaña, Castro de Icedo, y Peña Portillo (Fuencivil), formando frontera entre la montaña y el llano, entre cántabros y otros pueblos. Es la frontera sur de los cántabros. Desde aquí parten sus incursiones, con las emboscadas y saqueos correspondientes, sobre la tierra de los turmogos que, para defenderse, piden ayuda a los romanos, quienes establecen su campamento en Segisamo (Sasamón), iniciándose así las guerras cántabras.
La presencia de numerosos castros permite pensar que no fue una zona excesivamente romanizada, pasando a ser poblada directamente por los pueblos Godos, de cuya presencia existen escasos vestigios.
Existe la leyenda de que Diego Porcelos podría haber muerto en el término de Coculina en su último viaje entre Amaya y San Félix de Oca.
Coculina aparece escrita, en julio de 1187, como “Coacolín” y, en noviembre de 1192, como “Covacolina”, de cova (cueva) y colina. Era significativo por su situación en el entorno cercano, teniendo en cuenta que Acedillo, todavía en la primera mitad del siglo XIV, “el pueblo estaba yermo”, tal como aparece en diferentes reseñas históricas, es decir, no existía.
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